Los crímenes de Laura:
Una noche especial
Nivel de violencia:
Extremo
Aviso a navegantes: La
serie “Los crímenes de Laura” contiene algunos fragmentos con mucha violencia explícita.
Estos relatos conforman una historia muy oscura y puede resultar desagradable a
los lectores. Por lo tanto, todos los relatos llevarán un aviso con el nivel de
violencia que contienen:
-Nivel de violencia
bajo: El relato no contiene más violencia de la que puede ser normal en un
relato cualquiera.
-Nivel de violencia
moderado: El relato es duro y puede ser desagradable para gente sensible.
-Nivel de violencia
extremo: El relato contiene gran cantidad de violencia explícita, sólo apto
para gente con buen estómago.
Carolina estaba sentada sobre la cama de la habitación donde
hacía sólo un par de días se había visto obligada a acabar con la vida de la
joven profesora. Ya no quedaba prácticamente ningún resto de sangre, porque su Amo
le había ordenado que limpiara a fondo. La única prueba de que allí se había
cometido un asesinato era la mancha rojiza en el colchón, que había sido
incapaz de eliminar por completo. Las sábanas las había quemado, y las paredes el
suelo y los muebles los había fregado a conciencia; tantas veces que le dolían
las manos. Pero la habitación quedó al gusto de Él, por lo que no fue castigada.
Ya habían pasado dos días desde aquello, y aún no era capaz de conciliar el sueño. Cuando cerraba los ojos volvía a su mente la cara de la chica, con la mirada lánguida que se iba apagando lentamente, con una última súplica silenciosa entre los labios. Y ella la había matado, ella había empuñado el cuchillo que le rajó el cuello. Una lágrima solitaria recorrió su mejilla mientras intentaba encontrar consuelo.
No había querido acabar con su vida, a pesar de que cuando
la enredó en aquella discoteca, ya sabía que estaba muerta. No le gustaba
participar en aquello; no quería ser parte, el problema es que no le quedaba
otro remedio. Era propiedad de su Amo, y debía hacer cuanto le ordenaba.
Incluso si la orden era engatusar a una preciosa joven pelirroja y llevarla a
su casa, para después… Necesitaba detener aquella locura de alguna forma; aunque
era consciente de que no podía hacer nada. Él era su Amo, sí, pero además era
su amado, y le pertenecía por contrato, al mismo tiempo que también le
pertenecía hasta el fondo de su alma. Le quería más de lo que nunca había
imaginado poder querer, y le respetaba. Y le temía.
No era un Amo exigente, era bueno y generoso; siempre
cuidaba de ella, castigándola sólo cuando realmente lo merecía. Y casi siempre
le preguntaba sobre sus deseos, la escuchaba, la tenía en cuenta… Pero era un
alma torturada, un alma maldita por un pasado espantoso. Un pasado que ella
había ayudado a vengar. Al principio sólo eran planes, ella le animaba, le
ayudaba a trazarlos, pero siempre pensó que solamente era una fantasía, una
forma de hacer las paces con el mundo.
Finalmente un día su Amo pasó a la acción; asesinó a un cura
y a su amante. Y ella le ayudó a hacerlo. Después de aquel primer acto de
venganza se creció, se trasformó un poco en aquello de lo que siempre había querido
huir. El carácter del padre, maldito fuera mil veces, comenzó a aflorar en el
hijo.
Durante los diez años siguientes volvieron los planes de
represalia, pero entonces ya, Carolina se los tomaba más en serio. Tenía una
mente ágil, y despierta, y en gran medida fue artífice, en contra de sus
deseos, de idear la macabra venganza. Pero Él se lo pedía, y no conseguía
negarse, y si se negaba; Él se lo ordenaba, y ella debía obedecer, debía
complacer sus deseos, siempre.
La puerta de la calle se cerró con un sonoro portazo y
Carolina dio un respingo, sobresaltada. Inmediatamente se puso en pie y corrió
hacia el salón, bajando a trompicones las escaleras, para dar la bienvenida al
hombre que la poseía. Se paró junto al sofá, quieta, con la mirada gacha y los
brazos colgando inertes a los costados, esperando a que dijera algo.
-Hola, Carolina –saludó él con tono alegre.
-Hola Amo –contestó con voz serena. -¿Puedo…? ¿Me permites
hablar contigo?
-Espera que me siente –dijo Hugo dirigiéndose al sillón-. Habla.
-¿Puedo hablar con libertad?
-Adelante.
-Por favor –suplicó al borde del llanto, incapaz de mantener
el tono tranquilo-. Por favor, por favor, detén esta locura… Has llegado
demasiado lejos… Por favor.
-Ahora no puedo detenerme, ya lo sabes… Tú misma lo has
dicho, he llegado demasiado lejos. Ahora debo culminar mi venganza. Ya está
todo listo, no hay vuelta atrás.
-Por favor, Hugo –dijo ella, atreviéndose a llamarle por su
nombre-, te lo suplico. Vayámonos lejos, los dos, tú y yo; desaparezcamos,
olvidémonos de todo… Te quiero, no quiero que te pase nada, no quiero que te
cojan, no quiero perderte…
-Esta noche enviaremos nuestro último paquete, y entonces ya
no te necesitaré. Así que sólo debes ayudarme una vez más, sólo esta noche. Y
entonces serás libre. Tendrás dinero, podrás irte a donde quieras, nadie será
capaz de relacionarte con esto… Nuestro contrato será rescindido; y recuperarás
tu libertad. Pero sabes que yo no puedo acompañarte.
-No quiero ser libre. Quiero estar contigo, quiero ser tuya,
quiero que pasemos el resto de nuestras vidas juntos.
-No –sentenció categóricamente.
-¿Pero no te das cuenta? –preguntó Carolina, jugando su
última carta-. ¿No te das cuenta de que te estás convirtiendo en aquél al que
odias…?
-¡Basta! –rugió él-. ¡No quiero oír ni una sola palabra más
del tema! Harás lo que se te ordene hasta que te libere. ¡Y punto!
-Sí, Amo. Haré lo que me ordenes –dijo Carolina claudicando;
entendiendo que su permiso para hablar con franqueza había terminado-. ¿Puedo
retirarme?
-Tengo hambre, prepárame algo de comer. Ya.
Carolina entró en la cocina con lágrimas en los ojos. Sabía
que iba a perder a su amado para siempre, y no podía hacer nada para evitarlo.
Aquella estúpida venganza que lo consumía por dentro estaba a punto de
destruirlo, y acabaría muerto o entre rejas. Y ella no podría volver a verlo
porque debería desaparecer. Abrió la nevera entre sollozos y cogió lo primero
que encontró. Mientras trinchaba la lechuga y asaba la ternera a fuego fuerte,
no podía quitarse de la cabeza la imagen de su amado muerto, y no sabía qué
hacer.
¿Y si acudía a la policía? No, aquello no era posible,
porque ambos acabarían encerrados. Y Él nunca se lo perdonaría… Había intentado
disuadirlo y no había conseguido nada, pero no veía ninguna otra forma de
detenerlo… Se secó las lágrimas sabiendo que no haría nada, nunca, en su contra;
así que no le quedaba más que cumplir, como había hecho siempre, la voluntad de
su Amo. Regresó al salón en silencio, procurando que no se percatara del
enrojecimiento de sus ojos, y se concentró en poner la mesa. Entró de nuevo en
la cocina y cuando salió con los platos, él ya estaba sentado en su lugar
habitual.
-No quiero que te preocupes por mí –dijo tiernamente,
levantándose y quitándole los platos de las manos para dejarlos en la mesa-.
Has sido una sumisa perfecta durante los últimos dieciséis años. Tal vez te
dediquen un capítulo, tal vez tu historia sea narrada, pero ahora es el momento
de que haga justicia. -Ella se dejó abrazar, y besar, incapaz de contener las
lágrimas. Él la rodeó con sus brazos, la atrajo hacia sí y dejó caer un beso
entre sus labios.
-Ahora vamos a comer, no quiero que se enfríe.
Se sentaron a la mesa y comieron en silencio, cada uno
absorto en sus pensamientos, tan sólo se escuchaba el ruido de los cubiertos en
su entrechocar con el plato. Ella deseaba decirle, deseaba cogerle, deseaba
detenerle. Pero no podía, y eso le estaba destrozando el alma. Él, por su
parte, repasaba una y otra vez la parte final de sus planes. Esa misma noche
acabaría con la última vida inocente, para después encargarse de los verdaderos
culpables. Así debía ser. Terminaron sus platos en completo silencio, y
Carolina recogió la mesa. Cuando todo estuvo retirado, y ella acabó en la
cocina, Él la esperaba sentado en el mismo lugar en el que había comido.
-Lo tienes decidido, ¿verdad? –preguntó ella, en un susurro.
-Sí.
-¿Y no hay nada que yo pueda hacer al respecto?
-No.
-¿Y qué quieres que haga yo?
-Quiero que me esperes aquí, ponte guapa. Esta noche deberás
actuar como si fueras mi mujer. Compartiremos a nuestra chica.
-Como desees –dijo Carolina con los ojos humedecidos por
incipientes lágrimas.
Hugo se levantó de la mesa, abrazó a Carolina, la besó con
pasión y se fue, cerrando la puerta con un sonoro golpe; dejando a la muchacha
con el corazón encogido. Se subió al coche y condujo por la ciudad, dándole
vueltas a sus pensamientos. El plan había salido a la perfección, por lo menos
hasta el momento. Ahora quedaba la recta final, que sería la parte más
complicada.
¿Podría dejarlo todo, como le pedía Carolina, y marcharse
con ella? ¿Poner fin a la locura en la que estaba inmerso y largarse? No podía,
necesitaba vengarse de aquellos que habían sido cómplices de la muerte de su
madre y eso era lo único que debía considerar. Cuando su venganza hubiera
concluido, podría ir a buscar a Carolina y vivir junto a ella para siempre, si
no estaba muerto o en la cárcel.
Condujo durante varias horas sin rumbo fijo, esperando a que
anocheciera, mientras valoraba todas las opciones y repasaba, una vez más, sus
movimientos. En cuanto el sol empezó a ocultarse, cambió su ruta errática y se
acercó a la zona vieja de la ciudad. Entró en las pequeñas callejuelas, conduciendo
despacio, y un buen número de muchachas de la vida se le acercaron. Todas le
ofrecían una noche especial, a cambio de unos pocos billetes, pero él no quería
a cualquiera, quería a una en concreto. Cuando la encontró, detuvo el coche en
un lado de la calle y bajó la ventanilla.
-Hola bombón –dijo una joven pelirroja, con acento
brasileño-. ¿Estás buscando algo?
-Te buscaba a ti, preciosa –contestó Hugo, sonriendo.
-Ay sí, mi niño, pues ya me has encontrado.
-¿Te vendrías conmigo a mi casa?
-Claro que sí, amor, pero te costará… -dijo frotándose los
dedos delante de la ventanilla.
-Eso no es problema –replicó Hugo, que sacó un billete y se
lo entregó a la joven.
-¿Así, sin más? ¿Y si ahora me fuera? –preguntó la chica
socarrona.
-Pues no te daría más.
-Ay, cómo me gustas mi amor. ¿Vas a querer algo especial?
-Tú, yo, y… mi mujer.
-Ay, mi amor, me encanta… Vamos, llévame a tu casa y hazme
tuya.
La chica abrió la puerta del coche y se sentó junto a Hugo.
Él arrancó el motor y condujo hacia la casa donde le esperaba Carolina.
-¿Cómo te llamas, mi amor? –preguntó la joven brasileña.
-Me llamo Hugo –contestó desviando la vista de la carretera
para fijarse en ella. Era una chica muy atractiva, de piel morena y tersa. Sus
labios eran carnosos y los llevaba pintados de un rojo vivo que los hacía
destacar. Unos ojos verdes, intensos, le devolvían la mirada con picardía-. ¿Y
tú, preciosa?
-Yo me llamo Zaira, mi amor.
Hugo continuaba repasando a la joven con la mirada, cada vez
que podía apartar los ojos de la carretera. Llevaba una camiseta muy corta y
muy ajustada que realzaba los generosos pechos. El vientre, descubierto, era
plano y bien torneado. La minifalda le envolvía las caderas y dejaba patente el
bulto que asomaba entre sus piernas.
-¿Quieres tocar, mi amor? –preguntó ella, al darse cuenta de
las miradas de su acompañante.
Hugo extendió la mano derecha y palpó primero los pechos,
con delicadeza. Ella le agarró el brazo y se lo llevó hasta la minifalda,
retirándola ligeramente para que pudiera meter la mano por bajo. Hugo pudo
tocar la polla que escondía aquella joven muchacha. Estaba flácida, pero podía
intuirse su gran tamaño. Continuó acariciando el miembro por debajo de la
falda, aunque siempre sobre la fina tela de la ropa interior, y notó cómo poco
a poco se iba endureciendo.
-Espera un poquito, papito –rio la joven-. ¿No vas a dejar
nada para tu mujer? ¿Quieres acabar ya con todo?
-No te preocupes, que mi mujer te probará… Hay tiempo de
sobra –dijo él, pero retiró la mano y la devolvió al volante.
Hugo conducía el vehículo hacia las afueras mientras la
joven hablaba animadamente. Pese a la distancia que estaban recorriendo,
alejándose del centro de la ciudad, no pareció intranquilizarse en ningún
momento, seguramente debía estar acostumbrada a aquel tipo de peticiones.
Finalmente, transcurridos bastantes minutos, enfilaron la amplia avenida de un
barrio residencial, con grandes caseríos a cada lado del camino, separados de
sus vecinos por amplios terrenos ajardinados. Zaida contempló con admiración la
magnificencia de las casas, fijándose, a través de las vallas metálicas, en los
lujosos coches aparcados frente a los edificios.
Hugo apretó un pequeño mando electrónico camuflado junto a
las llaves del contacto, y las verjas de una de las casas, a lo lejos, se abrieron
silenciosamente. Al llegar a la altura, Hugo atravesó las puertas y volvió a
presionar nuevamente el mando, abriendo verticalmente la persiana de un garaje
anexo a la casa. Entraron en la cochera, aparcando junto a una furgoneta negra
que parecía de reparto. Cuando ambos se apearon, la puerta del garaje volvía a
cerrarse a sus espaldas, ocultando ambos vehículos de cualquier mirada
indiscreta. El garaje, que por lo demás estaba vacío, ocultaba una pequeña
puerta en lo alto de una escalera. Ambos subieron, y al atravesarla, llegaron a
la cocina de la casa. La luz estaba apagada, pero desde el salón llegaba un
tenue resplandor rojizo.
Carolina estaba medio tumbada en el sofá, vestida únicamente
con una blusa de gasa semitransparente, sosteniendo una copa de champán
francés. Cuando les vio llegar, a través de la puerta de la cocina, se levantó,
sonrió pícaramente, y sirvió dos copas más, que estaban dispuestas en la
mesilla, junto a una cubitera bien fría. Le tendió una a Hugo, que la besó en
los labios cuando llegó a su lado, y la otra a su acompañante, que la tomó con
delicadeza y sorbió agradecida.
Los tres se sentaron en el sofá, Zaira en el centro, y la
pareja a cada uno de sus lados. Las velas que Carolina había esparcido por todo
el salón creaban un ambiente relajado que era acompañado por un suave ritmo de
jazz procedente de la cadena musical. Hugo hizo las presentaciones, y Carolina
fingió estar deseosa de aquella experiencia, confesando a la joven, muy metida
en su papel, que aquella siempre había sido su fantasía; que su marido, abierto
y generoso como era, se la había concedido.
La conversación no se alargó demasiado, ninguno de los tres
tenían excesivos deseos de continuar charlando, y el ambiente se estaba
caldeando a cada instante. Carolina vació de un trago la copa de espumoso, y la
dejó sobre la mesilla. Cuando volvió a recostarse, su mano acariciaba con
soltura la cara interna del muslo de Zaida. Hugo, por su parte, pasó un brazo
por los hombros de la joven prostituta, y con la otra mano, comenzó a
acariciarle los pechos sobre la ajustada camiseta. Zaida se dejaba hacer, sin
intervenir, disfrutando del momento y alegrándose por su suerte. No era
habitual encontrar una pareja adinerada que deseara compartir sus juegos y su
dinero de aquella forma. Sin apenas moverse, abrió ligeramente las piernas para
permitir que las caricias de Carolina alcanzaran sin problemas su piel.
Hugo acercó sus labios a los de Zaida y la besó con ternura.
Ella le devolvió el beso, introduciendo su lengua en la boca de él, mientras
Carolina iba ascendiendo por las piernas que no eran suyas, hasta rozar con la
punta de los dedos la pequeña minifalda. Cuando por fin sus manos entraron bajo
la tienda de campaña que había entre las piernas de Zaida, pudo sentir la dotación
de la joven. Como si el contacto de la mujer sobre su miembro la hubiera sacado
del letargo, Zaida empezó a moverse, estirando su brazo izquierdo por debajo
del de Carolina, acariciándole las piernas, como ella hacía con las suyas, y
alargando el derecho, por debajo del beso de Hugo, hasta posarlo en el pantalón
del hombre, cerca de su entrepierna.
El fino vestido de Carolina apenas bastaba para cubrirle
hasta el principio del muslo, y Zaida no tuvo problemas en alcanzar su sexo.
Cuando acarició la entrepierna de la mujer, la notó menos húmeda de lo que
habría supuesto a tenor de lo excitada que parecía. Además, según le acababa de
confesar, aquello era su fantasía, aunque lo atribuyó al nerviosismo. En
cambio, el miembro de Hugo sí comenzaba a dar muestras de vida, al igual que el
suyo, que ya había alcanzado una dimensión considerable.
Zaida se apartó ligeramente de los labios de Hugo, y giró la cabeza para encararse con Carolina, que enseguida captó lo que pretendía, y se acercó más a ella. Hugo no perdió el tiempo y enterró sus labios en el cuello de la joven transexual, mordisqueando y lamiendo con lujuria. Carolina mezclaba su lengua con la de Zaida mientras su mano, que ya había rodeado por completo el miembro henchido, comenzaba un lento movimiento de vaivén.
Zaida, rodeada por el falso matrimonio, repasaba con un dedo
los labios vaginales de Carolina, introduciendo poco a poco la yema en su
interior, besándola con dulzura, mientras que con la mano libre palpaba el
miembro erecto de Hugo por encima del pantalón. Él dejó de mordisquearle el
cuello y dirigió los labios hacia sus pechos, alzando la camiseta y dejándolos
al descubierto. Cada vez que la lengua de Hugo repasaba sus areolas, cada vez
que los dientes de Carolina le mordisqueaban el labio, cada vez que los labios
de Hugo presionaban sobre el pezón, cada vez que la mano de Carolina recorría
su falo, cada vez, Zaida suspiraba, gozosa.
Hugo alargó su mano derecha y detuvo el brazo de Carolina,
que pajeaba a la joven. Con un ligero tirón, le indicó que debía levantarse.
Carolina comprendió al instante, y separó sus labios de los de Zaida, retirando
su mano del miembro de ella, poniéndose en pie. Zaida no sabía por qué la mujer
se levantaba, pero poco le importó, giró nuevamente su cabeza, y obligó a Hugo
a alzar la suya, para besarlo.
Carolina se arrodilló frente a la pareja, y con manos
diestras desabrochó el pantalón de Hugo, bajándolo hasta los tobillos. Después
hizo lo mismo con la ropa interior, liberando por completo el miembro de su
Amo. Cuando la tarea estuvo completa, se inclinó hacia Zaida, que seguía
besando con pasión a Hugo, y le subió la minifalda hasta la cintura. La polla
lucía enorme, aprisionada bajo la finísima tela de un tanga minúsculo. Carolina
intentó bajarlo, pero no pudo, así que se conformó con apartarlo, para permitir
al enorme falo desplegarse en toda su grandeza. Ahora ya estaba lista para
empezar a chupar.
Alargó su brazo izquierdo, agarrando con la mano la polla de
Hugo, mientras bajaba la cabeza para meterse en la boca el enorme miembro viril
de la joven muchacha. Recorrió el glande con la lengua, deteniéndose a
acariciar el frenillo, para después recorrer el falo desde la base,
ensalivándolo todo. La zona estaba totalmente depilada, y era muy agradable al
tacto. Con la mano que tenía libre, la derecha, acarició los huevos y las
ingles, mientras que con la lengua intentaba recorrer cada milímetro de polla.
Cuando consideró que estaba lo suficientemente babeada, y sin haberla
introducido aún en la boca, se apartó, moviendo todo su cuerpo, para meterse
entre las rodillas de Hugo.
Las tornas se cambiaron, y mientras la pareja se besaba y
acariciaba, ella el torso, él los pechos, Carolina comenzó a repasar el miembro
de su falso esposo. Con la mano derecha, con la que se había ayudado
acariciando a Zaida, ahora la pajeaba, mientras que la que había usado para
mantener caliente a Hugo, era la que colaboraba con la lengua en su perverso
juego. Como había hecho con la muchacha, recorrió el glande con la lengua, aprisionándolo
con los labios, y después descendió por el tronco, lamiendo y chupando, notando
el calor que desprendía.
-Ven aquí, ponte de pie, entre nosotros –dijo Hugo,
deteniendo el lúbrico beso, que al parecer, se alargaba demasiado.
Carolina obedeció. Se puso en pie, subió al sofá y puso una
pierna en el respaldo, situándose entre el hombre y la joven, dándole la cara a
ella, la espalda a él. En cuanto estuvo colocada, notó las lenguas de ambos
pelearse por un trozo de su piel. Zaida le lamía desde delante, en postura
forzada, intentando alcanzar su interior con la juguetona lengua. Hugo, desde
la otra parte, le recorría la distancia entre el ano y la parte baja,
procurando que su lengua alcanzara el final de sus labios vaginales. Con una
mano guiaba a la chica que tenía frente a sí, mientras que con la otra
acariciaba al hombre que tenía a su espalda. Ellos utilizaban las manos,
cruzadas bajo su cuerpo, para masturbarse el uno al otro.
Carolina comenzaba a sentir la excitación que hasta el
momento se le había negado. Conocía lo que el destino le deparaba a la joven
muchacha, pero sabía que no podía hacer nada, así que su obligación era
representar el papel que se le había asignado de la mejor manera; y eso era
estar lo más caliente que pudiera.
-Vámonos… vámonos a la cama –dijo entre jadeos.
Hugo asintió, y Zaida no puso objeción; así que los tres,
entre besos, risas y pasión, ascendieron por las escaleras y se dirigieron al
cuarto en el que no hacía mucho había terminado la vida de la profesora lesbiana.
Cuando Hugo entró en la habitación, se desvistió de pie,
parado frente al colchón. Las dos mujeres se arrodillaron frente a él, y
compartieron el falo que se erguía entre sus piernas. Carolina lo cogió por la
base, acariciando los huevos, y con la otra mano sujetó el tronco, apuntándolo
hacia la boca abierta de Zaida. Ella acercó sus labios al miembro y lo engulló,
moviendo la lengua a su alrededor, aprisionándolo entre sus labios. Cuando se
retiró, fue Carolina la que se lo introdujo en la boca mientras era observada
por la joven con lascivia.
Hugo las miraba, desde arriba, disfrutar de su polla erecta,
mientras jadeaba y suspiraba. Cada una de las chicas se situó a un lado del
caliente falo y comenzaron a recorrerlo con las lenguas, de lado a lado,
haciéndolas coincidir de vez en cuando. Hugo, con una chica a cada lado, las
cogía con firmeza por el cuello, acercándolas más y más a su polla, hasta que
sus cabezas estuvieron tan juntas que le rodeaban con los labios, juntándolos
entre ellas.
Zaida se sacudió repentinamente, apartándose del matrimonio,
se quitó la camiseta, que ahora era un arrugón encima de sus tetas, la falda,
que sólo le cubría ya el ombligo, el pequeño tanga, que nada tapaba; y se tumbó
sobre la cama, de espaldas. Carolina también se apartó, quitándose el camisón
semitransparente, y se acercó, de rodillas, al miembro de la chica. Hugo la
imitó, moviéndose por el otro lado, hasta que su boca estuvo tan cerca de la
polla de la muchacha, que no le quedó otra que aceptarla. Carolina guiaba el
mete saca, cogiendo con la izquierda la base del falo, y apretando con la
derecha sobre la cabeza de su Amo. Cuando éste se cansó de chupar, se apartó,
dejando a la mujer continuar con el trabajo.
Hugo se levantó de la cama, apartándose de las dos chicas, y
abrió el cajón de la mesilla. Apartó con el dorso de la mano el enorme
cuchillo, y sacó un frasco de lubrificante transparente. Volvió a cerrar el
cajón, tan sólo por precaución, y se untó la mano con el frío gel. Carolina
seguía de rodillas, chupando el enorme falo de Zaida, y Hugo se situó a su
espalda. Con cuidado, para no hacerle daño, untó de lubrificante el ano de la
mujer, introduciendo los dedos poco a poco, dilatando.
-Ahora tú –le dijo a la transexual.
Zaida se apartó de Carolina, que se giró para lamer la polla
de Hugo, y se puso a cuatro patas. Como había hecho en el culo de su esclava,
puso una generosa cantidad de lubrificante, y la untó por toda la entrada,
metiendo los dedos poco a poco, hasta que también estuvo dilatada.
-Ven querida –le dijo a Carolina-, ponte al borde de la
cama.
Ella obedeció, y apoyó sus pechos contra el colchón mientras
se arrodillaba en el suelo. Zaida no necesitó ninguna otra instrucción, y cuando
Carolina estuvo colocada, se situó tras ella, apretando la polla contra su
culo. Antes de permitirle penetrarla, Hugo le pajeó con la mano llena de
lubrificante, para que entrara mejor. Zaida acercó el glande al ano de Carolina
y empujó con cuidado. El culo de la mujer se abrió, lubrificado y dilatado como
estaba, acogiendo en su interior el miembro de la muchacha.
Zaida, intuyendo lo que de ella se esperaba, empezó a
moverse despacio, mientras también se agachaba, acercando su pecho a la espalda
de Carolina, abrazándola. Hugo se situó tras las dos chicas, impregnando su
falo con más lubrificante, e introduciéndolo, en el ano de Zaida. Cuando la
joven sintió el miembro de Hugo en su interior, suspiró, arremetiendo contra
Carolina de forma involuntaria, que también jadeó enardecida.
Hugo empezó a moverse, primero despacio, pero cada vez con
mayor velocidad, penetrando a Zaida, que a su vez, con el fuerte bamboleo,
hacía lo propio con Carolina. Los tres gemían y jadeaban, Carolina, al sentirse
perforada, Hugo, follando el culo a la muchacha, y Zaida, totalmente
emparedada. Durante al menos un par de minutos no se oyó nada más que los
suspiros y gimoteos de los tres, hasta que Carolina rogó que pararan, porque
deseaba se doblemente penetrada.
Fue Hugo el que se tendió sobre la cama, con la polla
mirando orgullosa al cielo. Carolina se acercó a su hombre, y le besó en los
labios, mientras se sentaba sobre el falo, y se pegaba al pecho todo lo que
podía, ofreciéndole el culo a Zaida, que no dudo ni un instante.
Ahora era Carolina la que más disfrutaba, sintiéndose
penetrada por dos duras trancas. Era incapaz de moverse, de hacer nada, sólo se
dejaba golpear una y otra vez, derrumbada sobre el pecho de Hugo; que cuando
sintió que Carolina comenzaba a alcanzar el orgasmo, se envaró, empujándola, y la
obligó a salir del trance. Zaida, por el repentino movimiento, también se
apartó, saliéndose la polla del culo de la mujer.
Carolina quedó tumbada sobre la cama, con las piernas
abiertas. Hugo le acercó la polla a la boca, para que se la chupara, mientras
Zaida se colocó entre sus piernas y continuó follándosela. La mujer, que había
cortado el orgasmo, no tardó en volver a estar al borde, y aunque intentó
controlarse, acabó corriéndose de forma escandalosa, con la polla de su amante
en la boca.
Hugo obligó a Carolina, que parecía exhausta, a arrodillarse
sobre la cama, y entre él y Zaida se dedicaron a follarle la boca. Ambos
estaban tremendamente excitados, y a punto de descargar, por lo que sus
embestidas eran de todo menos delicadas. Carolina pasaba los labios de polla a
polla, intentando que su lengua las recorriera todas. Cuando finalmente notó
que los movimientos de sus amantes se descompasaban, supo que estaba a punto de
recibir dos descargas.
Primero fue Hugo, desparramando toda su leche entre sus labios,
sobre ellos, y por toda la cara. Carolina intentó tragar todo lo que fue capaz,
pero acabó con semen esparcido por todo su cuerpo. Acto seguido fue Zaida la
que alcanzaba el orgasmo, con idéntico resultado, haciendo que la leche de
ambos se mezclara.
-Ven, no te vayas –le susurró Carolina a Zaida-. Ayúdame a
limpiar todo este estropicio.
La joven obedeció, juntando sus labios con los de la mujer,
mientras le lamía la cara, recogiendo y tragando todos los restos de semen que
la impregnaban. Mientras tanto Hugo volvió a levantarse, y se acercó de nuevo a
la mesilla, al lado de la cama. Miró a Zaida, que no parecía prestarle
atención, entretenida como estaba, y abrió el cajón. Cogió el gran cuchillo de
caza y se lo puso a la espalda. Se acercó por detrás a la joven inocente, y con
un movimiento rápido, certero, del que sabe acabar con el sufrimiento de una
presa, acercó la afilada hoja al cuello, y de un solo tajo la degolló.
Carolina sintió la cálida sangre que manaba de la garganta
de Zaida recorrerle todo el cuerpo, y escuchó el agónico grito de la muchacha.
La miró a los ojos y lloró mientras veía cómo el brillo se apagaba.
-Lo siento, lo siento tanto… -dijo mientras la cobijaba
entre sus brazos.
-Yo también lo siento… -replicó Hugo, con lágrimas en los
ojos-. Pero era necesario…
-No, no lo era. Pero ya no tiene sentido discutir esto
–sollozó Carolina.
-Ahora vete. Dame un par de horas. He de meter a la chica en
la maleta, será la última inocente, ahora caerán los culpables.
Hugo ayudó a Carolina a salir de bajo del cuerpo de la joven
asesinada y la abrazó, permitiendo que ambos lloraran durante unos minutos.
-Éstas son mis últimas órdenes para ti –dijo Hugo al fin-.
Quiero que te duches, que esperes un par de horas y vengas a limpiar la habitación.
Hazlo como la última vez, pero ahora quema también el colchón. Cuando lo hayas
hecho, coge el bolso de mano que hay en tu habitación. Contiene más dinero en
efectivo del que te hará falta para escapar. Hay un billete de avión con
destino al Caribe, y un pasaporte. Tienes la dirección de un banco y un número
de cuenta para cuando llegues allí. Con eso vivirás el resto de tus días sin
tener que volver a preocuparte. Cuando hayas salido del país, serás libre, ya
no me deberás nada.
-Pero yo no quiero ser libre, yo quiero permanecer a tu lado
para siempre, por favor…
-No hay más discusión. Es una orden, vete.
Carolina salió de la habitación y se fue a la ducha, tal y
como Hugo le había ordenado. Él bajó la maleta que tenía preparada en el
altillo del armario y comenzó con su macabro empaquetamiento.
Hasta ahora había conseguido la parte fácil, ahora venía el
verdadero reto, el objetivo de su venganza. Debía acabar con la vida del juez,
del fiscal y del teniente de la Guardia Civil, y eso sería más complicado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario