sábado, 17 de agosto de 2013

Los crímenes de Laura: Una homilía interminable



Los crímenes de Laura:
Una homilía interminable.
                 
Nivel de violencia: Moderado.

Aviso a navegantes: La serie “Los crímenes de Laura” contiene algunos fragmentos con mucha violencia explícita. Estos relatos conforman una historia muy oscura y puede resultar desagradable a los lectores. Por lo tanto, todos los relatos llevarán un aviso con el nivel de violencia que contienen:

-Nivel de violencia bajo: El relato no contiene más violencia de la que puede ser normal en un relato cualquiera.
-Nivel de violencia moderado: El relato es duro y puede ser desagradable para gente sensible.
-Nivel de violencia extremo: El relato contiene gran cantidad de violencia explícita, sólo apto para gente con buen estómago.

El padre Víctor arrancó la hoja del calendario. Cada año, cuando llegaba aquella fecha, debía lidiar con sus pecados. Miró inquieto el escuálido taco de hojas numeradas que colgaba de la pared de su despacho.

-Dieciocho de diciembre de mil novecientos noventa y nueve –murmuró, intentando espantar sus fantasmas.

El teléfono de la vicaría sonó con estridencia, sobresaltando al párroco que seguía ensimismado, contemplando aquella fatídica fecha atrapada en el calendario colgado en su pared. En dos zancadas se situó junto al auricular, y antes de descolgar, consultó su reloj de muñeca. Demasiado temprano para recibir llamadas. Un mal presentimiento recorrió su espinazo mientras descolgaba el aparato.

-Diga

-¿Padre? ¿Padre Víctor? ¿Es usted? –El corazón del cura se aceleró al oír aquella voz familiar. Todos sus temores resurgieron repentinamente. No era una coincidencia.

-¡Por el amor de Dios! ¿Qué ha pasado? –preguntó. La angustia de su voz era tal, que casi podía palparse.

-¿Cuánta gente sabía lo de su… amistad con Wanda?

-¿Wanda? No, por Dios, Wanda no…

-Padre, serénese. ¿Cuánta gente lo sabía?

-Tú… tú… tú no deberías saberlo… -La voz del cura sonaba distante y entrecortada.

-Ahora lo sé. Esto ha llegado demasiado lejos. –El hombre al otro lado de la línea parecía abatido, desesperado-. Por fortuna para usted, es posible que consiga ocultar su presencia en el lugar del crimen…

-¿Crimen?

-Sí, crimen. Está muerta.

-Pe… pero si anoche mismo estuve con ella…

-A esa misma conclusión he llegado yo… y la patrulla que la ha encontrado. Aunque a decir verdad, no sé por qué le protejo. No sé por qué debería manipular las pruebas. Yo no le debo nada, no ha hecho más que causarme problemas.

-¿Qué no me debes nada? Maldito hijo de puta. –El dolor del sacerdote se había transformado en ira. Dándose cuenta de la blasfemia pronunciada en la casa de dios, se santiguó, pero no bajó el tono-. Si estás sentado en ese despacho es gracias a mí, nunca habrías llegado a teniente de la Guardia Civil sin mi ayuda, es posible que ni siquiera siguieras en el cuerpo…

-¿Y a qué precio, padre? ¿A qué precio?

-Ahora no hay vuelta atrás… No puedes…

-No, no puedo…; pero tampoco sé si puedo seguir cargando con este peso sobre mi conciencia. Han pasado muchos años, y aún sigo viendo la cara de aquella joven muchacha en mis pesadillas… y la del niño… Ese pobre niño que ahora busca venganza.

-Pero Ignacio Idalgo está muerto. Él se encargó de matarlo.

-Sí, y nosotros de encubrirlo… Al igual que encubrimos lo de su madre.

-Ya obtuvo su venganza –suspiró el clérigo.

-Pues al parecer eso no le basta. De alguna forma ha descubierto su implicación en todo esto, y temo que vaya a por usted.

-¿Seguro que ha sido Hugo?

-¿No ha visto el jodido calendario? Hoy hace veintiún años que ese hijo de la gran puta de Ignacio mató a su madre.

-Pero podría ser una coincidencia. Puede que no tenga nada que ver con aquello.

-Podría serlo, padre, pero a su joven amiga la han encontrado en medio de un charco de sangre, con el cuello rebanado. Ha sido él.

-¿Qué… qué debo hacer?

-No haga nada, padre. Me pondré en contacto con el juez Alonso y con el fiscal Perea. Nos ocuparemos de que nada salga a la luz. Todos nos jugamos demasiado con esto. Usted simplemente manténgase a salvo. No sabemos las intenciones del muchacho, tal vez ya se haya dado por satisfecho, pero lo dudo. Sólo le he llamado para avisarle. Creo que ya he cumplido. Adiós padre. Me gustaría poder decir que me alegro de oírle. –Y colgó.

lunes, 5 de agosto de 2013

Los crímenes de Laura: Una remota posibilidad



Los crímenes de Laura:
Una remota posibilidad
Nivel de violencia: Bajo

Aviso a navegantes: La serie “Los crímenes de Laura” contiene algunos fragmentos con mucha violencia explícita. Estos relatos conforman una historia muy oscura y puede resultar desagradable a los lectores. Por lo tanto, todos los relatos llevarán un aviso con el nivel de violencia que contienen:

-Nivel de violencia bajo: El relato no contiene más violencia de la que puede ser normal en un relato cualquiera.
-Nivel de violencia moderado: El relato es duro y puede ser desagradable para gente sensible.
-Nivel de violencia extremo: El relato contiene gran cantidad de violencia explícita, sólo apto para gente con buen estómago.

Cuando la detective Laura Lupo abrió los ojos aquella mañana, se sintió más desconcertada al encontrarse en su propia habitación, de lo que se abría sentido si se hubiera despertado en cualquier otro lugar. Por un fugaz momento, su corazón se contrajo, anhelando que los últimos años hubieran sido sólo un mal sueño, una pesadilla de la que por fin había conseguido despertar. Pero cuando se volvió con el deseo esperanzado brillando en sus ojos, descubrió consternada que nada había cambiado, pues entre las mantas revueltas no había nadie más que ella. Y ese, era el motivo de que ya nunca durmiera en aquella cama, ni se enredara entre las sábanas en las que una vez amó, no lo hacía porque era incapaz de soportar el vacío que en aquella habitación anidaba.

Laura recordó los acontecimientos de la noche anterior, cuando había caído, agotada, en un sueño intranquilo y turbulento en el sofá. Recordó haberse despertado angustiada, perseguida y acorralada, de una pesadilla repleta de huevos de pascua. Después se había metido en la cama, con la esperanza de que él la velara. Pero él no la había velado, porque no estaba. Laura intentó librarse de aquellos pensamientos, pues comprendió que no la beneficiaban en nada, y decidió que si quería levantarse, debía hacerlo antes de caer rendida ante su propia melancolía.

Extendió el brazo, palpando a ciegas, con la mano, la superficie de la mesilla de noche, en busca de un cigarro. Suspiró molesta al no encontrarlo y se puso en pie de un brinco, disfrutando de la sensación poco habitual de ausencia de resaca. Sin arropar su cuerpo con nada que la cubriera, se dirigió al cuarto de aseo con la intención de lavarse la cara. Le esperaba un largo y duro día por delante, pues tenía bien poco a lo que aferrarse en el caso en el que estaba trabajando; durante los últimos dos días no había hecho más que dar palos de ciego, no tenía prácticamente nada, y las cosas amenazaban con ponerse cada vez peor. Y el asesino de mujeres, que después las empaquetaba y las enviaba, seguía suelto y en paradero desconocido, sin que ninguna pista la acercara a su captura.

Laura se miró en el espejo mientras se lavaba el rostro con abundante agua. El pelo rubio, que había ido oscureciéndose con el paso de los años, le caía, demasiado largo para su gusto, justo por debajo de los hombros, enmarcando su anguloso rostro entre delicados mechones ambarinos y tostados. Los ojos azules, antaño brillantes y vivarachos, seguían grandes y curiosos, como siempre, pero muchas veces ya no se reconocía en ellos. Sin embargo la nariz, esa no había cambiado, larga, fina y engarfada, vigilando, siempre atenta, sobre sus delgados labios. Sin dejar de mirarse, cepillo en mano, se peinó, recogiéndose la melena en una alta coleta, mucho más cómoda que suelta.