sábado, 29 de noviembre de 2014

Los crímenes de Laura: Una jornada inútil.

Los crímenes de Laura:
Una jornada inútil.

Nivel de violencia: Bajo

Aviso a navegantes: La serie “Los crímenes de Laura” contiene algunos fragmentos con mucha violencia explícita. Estos relatos conforman una historia muy oscura y puede resultar desagradable a los lectores. Por lo tanto, todos los relatos llevarán un aviso con el nivel de violencia que contienen:

-Nivel de violencia bajo: El relato no contiene más violencia de la que puede ser normal en un relato cualquiera.
-Nivel de violencia moderado: El relato es duro y puede ser desagradable para gente sensible.
-Nivel de violencia extremo: El relato contiene gran cantidad de violencia explícita, sólo apto para gente con buen estómago.

La luz del primer rayo de sol del amanecer golpeó, a traición, el rostro dormido de Laura, que parpadeó mientras se cubría los ojos con el brazo. Le dolía la cabeza, le dolía el cuello y la espalda. Le dolía todo. Mientras intentaba retener la consciencia recién adquirida, observó que no estaba tumbada. Eso descartaba, seguramente, una habitación de hotel. Con los ojos entornados, abriéndolos tan sólo lo indispensable, y a cubierto del sol bajo su antebrazo, inspeccionó a su alrededor.

El coche. Eso explicaba el dolor de espalda. Estaba durmiendo sentada en el maldito coche. Una rápida recapitulación de los acontecimientos de la noche anterior le confirmó que, efectivamente, tras un buen número de copas, y algo de sexo sucio, en un baño sucio, de un garito sucio, había decidido retirarse a descansar. Y dado que no le apetecía dormir en su solitaria habitación, se había quedado a pasar las pocas horas que la separaban del alba en el coche, que había aparcado justo bajo su casa.

Laura se apeó del vehículo bostezando y sacudió ligeramente la dolorida cabeza. Dejando atrás el sedán negro, entró en el edificio de apartamentos y subió en ascensor hasta su casa. La primera parada, como de costumbre, fue en la botella de ginebra semivacía, desenroscó el tapón y le dio un buen trago, que le recorrió el cuerpo de garganta para abajo. Tras el segundo trago de ginebra, y sintiéndose un poco mejor, empezó a desvestirse, tirando la ropa de cualquier forma por el salón. Cuando llegó al cuarto de baño ya no llevaba prenda alguna que cubriera su desnudez. Abrió el grifo de la ducha mientras rebuscaba la caja de aspirinas en el botiquín. Después de enjabonarse y lavarse de arriba abajo, dejó que el agua caliente limpiara también su alma durante varios minutos, simplemente manteniéndose en pie bajo el torrencial caudal.  Al salir, mientras se enrollaba con la toalla, se sintió razonablemente mejor.

Pocos minutos después, con un cigarrillo arrugado entre los labios y con unas gafas de sol encontradas por casualidad en un cajón, bajaba de nuevo hasta la calle, y se reencontraba con el coche que le había servido de colchón. El motor ronroneó mientras conducía a gran velocidad por las avenidas en dirección a la comisaría, sin tener, esta vez, que valerse de las luces camufladas en el salpicadero para llegar a tiempo.

Detuvo el vehículo frente a la central de la UDEV, y cruzó la calle hasta el bar de enfrente, como casi todas las mañanas. Cuando entró en el local, buscó con la mirada al subinspector García mientras se acercaba a la barra. Su compañero estaba sentado en una mesa con un par de agentes, pero cuando la vio, se despidió de ellos y se aproximó. Mientras tanto, el camarero le sirvió su habitual desayuno, café solo y chupito, sin necesidad de decirle nada.