Los crímenes de Laura:
Una jornada inútil.
Nivel de violencia: Bajo
Aviso a navegantes: La
serie “Los crímenes de Laura” contiene algunos fragmentos con mucha violencia explícita.
Estos relatos conforman una historia muy oscura y puede resultar desagradable a
los lectores. Por lo tanto, todos los relatos llevarán un aviso con el nivel de
violencia que contienen:
-Nivel de violencia
bajo: El relato no contiene más violencia de la que puede ser normal en un
relato cualquiera.
-Nivel de violencia
moderado: El relato es duro y puede ser desagradable para gente sensible.
-Nivel de violencia
extremo: El relato contiene gran cantidad de violencia explícita, sólo apto
para gente con buen estómago.
La luz del primer rayo de sol del amanecer golpeó, a
traición, el rostro dormido de Laura, que parpadeó mientras se cubría los ojos
con el brazo. Le dolía la cabeza, le dolía el cuello y la espalda. Le dolía
todo. Mientras intentaba retener la consciencia recién adquirida, observó que
no estaba tumbada. Eso descartaba, seguramente, una habitación de hotel. Con
los ojos entornados, abriéndolos tan sólo lo indispensable, y a cubierto del
sol bajo su antebrazo, inspeccionó a su alrededor.
El coche. Eso explicaba el dolor de espalda. Estaba
durmiendo sentada en el maldito coche. Una rápida recapitulación de los
acontecimientos de la noche anterior le confirmó que, efectivamente, tras un
buen número de copas, y algo de sexo sucio, en un baño sucio, de un garito
sucio, había decidido retirarse a descansar. Y dado que no le apetecía dormir
en su solitaria habitación, se había quedado a pasar las pocas horas que la
separaban del alba en el coche, que había aparcado justo bajo su casa.
Laura se apeó del vehículo bostezando y sacudió ligeramente
la dolorida cabeza. Dejando atrás el sedán negro, entró en el edificio de
apartamentos y subió en ascensor hasta su casa. La primera parada, como de
costumbre, fue en la botella de ginebra semivacía, desenroscó el tapón y le dio
un buen trago, que le recorrió el cuerpo de garganta para abajo. Tras el
segundo trago de ginebra, y sintiéndose un poco mejor, empezó a desvestirse,
tirando la ropa de cualquier forma por el salón. Cuando llegó al cuarto de baño
ya no llevaba prenda alguna que cubriera su desnudez. Abrió el grifo de la
ducha mientras rebuscaba la caja de aspirinas en el botiquín. Después de
enjabonarse y lavarse de arriba abajo, dejó que el agua caliente limpiara también
su alma durante varios minutos, simplemente manteniéndose en pie bajo el
torrencial caudal. Al salir, mientras se
enrollaba con la toalla, se sintió razonablemente mejor.
Pocos minutos después, con un cigarrillo arrugado entre los
labios y con unas gafas de sol encontradas por casualidad en un cajón, bajaba
de nuevo hasta la calle, y se reencontraba con el coche que le había servido de
colchón. El motor ronroneó mientras conducía a gran velocidad por las avenidas
en dirección a la comisaría, sin tener, esta vez, que valerse de las luces
camufladas en el salpicadero para llegar a tiempo.
Detuvo el vehículo frente a la central de la UDEV, y cruzó
la calle hasta el bar de enfrente, como casi todas las mañanas. Cuando entró en
el local, buscó con la mirada al subinspector García mientras se acercaba a la
barra. Su compañero estaba sentado en una mesa con un par de agentes, pero
cuando la vio, se despidió de ellos y se aproximó. Mientras tanto, el camarero
le sirvió su habitual desayuno, café solo y chupito, sin necesidad de decirle
nada.