viernes, 30 de septiembre de 2011

Isabela Capitulo 6: En memoria de otra época.

Salieron del local, Isabela excitada y Guillermo algo molesto por el incidente. Decidió no darle mayor importancia, después de todo aquello era solo un teatro, una fantasía, un espejismo. Ella no era así, ella era distinta, todo era un juego. Guillermo se convenció a sí mismo repitiendo estos argumentos hasta que los creyó totalmente. No había de que preocuparse, sólo debía disfrutar del momento.

Atravesaron la puerta del local y al salir a la calle Isabela beso apasionadamente a su marido descubriendo la sorpresa que este le había reservado. Una lujosa limusina negra estaba aparcada frente al restaurante. Nada más verla Isabela supo que la había alquilado su marido hacía pocos minutos con aquella llamada misteriosa.

-No debías haberlo hecho.

-Me apetecía cuidar a mi chica, y a mi puta.

-Pero eso rompe la fantasía- protestó Isabela sin demasiada convicción.

-Romperá la tuya, monada, yo siempre he deseado tirarme a una puta en un trasto de estos.

-No lo dices en serio.- A pesar de todo a Isabela no le gustó aquel comentario. Aunque ahora sentía que no tenía motivos para desconfiar de su marido, las palabras del amigo discorde de ambos le habían vuelto a la mente repentinamente. Sintió un repentino nudo en estomago que no supo explicarse ni siquiera a sí misma. Ella había sido la infiel, ella había ideado la fantasía, ella había coqueteado frente a otros hombres mientras jugaba a aquel juego peligroso, incluso fantaseó con encontrarse a su hombre en manos de otra mujer cuando fue a buscarlo al despacho. Y ahora no entendía por qué aquel comentario la había molestado tanto. Guillermo sólo interpretaba el papel que ella le había asignado, y no tenía derecho a sentirse ofendida. -¿Verdad?

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Isabela Capitulo 5: Redención.

Isabela atravesó la puerta del edificio y sintió inmediatamente el fresco de la noche nueva sobre cuerpo semidesnudo. El sol se había escondido ya tras los altos edificios y la luna, siempre cómplice de la lujuria y la vergüenza, la observaba desde las alturas. Aunque la temperatura de aquella noche primaveral era más que agradable, la fresca brisa recorrió cada centímetro de su piel, haciéndola estremecer. Confiaba en que Guillermo se apresurara, porque temía coger una pulmonía si seguía mucho tiempo expuesta de aquella manera. Miró a su alrededor esperando encontrar el coche de su marido, pero solo fue capaz de distinguir la libidinosa mirada de un transeúnte que se acercaba caminando por la acera. El primer sentimiento fue de miedo, de vergüenza, intentó encogerse, pasar desapercibida, que aquel hombre dejara de comérsela con la mirada, que apartara aquellos ojos hambrientos de su cuerpo. Pero al instante fue consciente de su nueva situación. Esta noche había dejado de ser la niña buena, esta noche debía interpretar un papel, le gustara o no. Y estaba descubriendo más deprisa de lo que imaginaba que sí le gustaba.

Isabela se giró para encararse con el hombre que se acercaba y le sonrió de forma pícara. Ahora quería ver que efecto era capaz de producir en aquel pobre infeliz. El hombre le devolvió la sonrisa y aminoró el paso para disfrutar del espectáculo que aquella fulana parecía querer dedicarle. Isabela se sorprendió descubriendo su propia excitación y subió las manos acariciándose la tripa desnuda hasta que las detuvo bajo sus senos empujándolos hacia arriba para realzarlos más, si aquello era posible. Deslizó su mano derecha hasta agarrar la pequeña faldita por el exterior del muslo y la subió lo suficiente como para dejar totalmente descubierta su pierna derecha y permitir que el hombre viera sino total, por lo menos si parcialmente, su entrepierna.


sábado, 24 de septiembre de 2011

Isabela Capitulo 4: El castigo que una puta merece.

Pobre muchacho, pensó Narciso Portobello mientras repasaba el expediente. Sinceramente no podía sentir más que lástima por el chaval. Pero así son las cosas, la vida no siempre era justa. Y más ahora, con los tiempos que corren. Antes, antes el amor sí que era para siempre. Ahora una pareja se casaba para descubrir a los pocos mese que ya no se querían. Eso ni es amor ni es nada. El amor es sacrificio, es aguante, es solidaridad y sobretodo es sufrimiento. Aunque para los jóvenes, pensó Portobello, nada de eso tiene ya sentido. Ellos solo piensan en el instante, en el momento. ¡Jóvenes! Narciso sacó una caja de fósforos del cajón de su escritorio y encendió una de las pequeñas cerillas diestramente. Se la quedó observando durante unos segundos para acto seguido aproximarla al gran puro que sostenía entre sus dientes. Cuando la llama entró en contacto con la reseca hoja enrollada aspiró profundamente, haciendo que la cerilla y el puro se fundieran en uno solo. Aquello era amor. El fuego y la pasión eran lo primero, la primera bocanada, el sabor de la primera calada. Y luego solo quedaba la lenta combustión. La unión permanente entre el fuego y la planta. Sus pensamientos fueron bruscamente interrumpidos por unos irregulares golpes sobre la puerta de su despacho.

-Comisario Portobello, disculpe, nos dijo que le avisáramos cuando llegara el abogado.- Dijo un joven agente de policía asomando tras la portezuela.

-Bien, sí, bien. Sí que lo dije… Bien, hágalo pasar eh… pasar a mi despacho.- El comisario Portobello ordeno sus pensamientos rápidamente mientras el abogado se sentaba frente a la mesa en una de las pequeñas y viejas sillas.

-Me gustaría entrevistarme con mi cliente en cuanto sea posible, por favor.- Francisco Olmos estaba algo desconcertado por aquella reunión. Al entrar en el edificio e identificarse como abogado de Guillermo Tortajada y tras unos minutos de espera uno de los agentes lo había conducido a aquel despacho. Francisco Olmos no era abogado penalista, pero estaba casi convencido que había allí algún fallo de protocolo.


miércoles, 21 de septiembre de 2011

Isabela Capitulo 3: Engaño consumado

Estaba claro que Guillermo no sospechaba nada. ¿Y como iba a sospechar? Pobre ingenuo, se lo tenía merecido por confiar tanto en él. Ignaki sonrió con malicia mientras volvía al lado de su amada. Isabela volvía a estar acurrucada en el sofá, con el rostro enterrado entre sus manos. Ignaki se sentó junto a ella y la abrazó mientras intentaba apartar sus delicados dedos para besarla. Isabela descubrió su rostro y miró a su amigo con lágrimas en los ojos.

-Esto no está bien, debería volver a casa, debería hablar con Guillermo.- Dijo Isabela intentando secar sus ojos con el dorso de la mano.

-No, no, ahora ya no puede ser. He hablado con él y le he dicho que te habías quedado dormida. Mañana lo verás todo con mucha más claridad, seguro.

-¿Ya has hablado con él? ¿Qué te ha dicho?- Pregunto Isabela esperanzada.

-No me es fácil decirte esto, de verdad.

-¿Qué te ha dicho?- Los ojos de Isabela volvieron a inundarse de lágrimas.

-Me ha dicho que le daba igual, que hicieras lo que quisieras, que no le importaba en lo más mínimo donde pasaras la noche. Creo que no estaba solo.


lunes, 19 de septiembre de 2011

Isabela Capitulo 2: Aquello que nunca debió suceder.

Las lágrimas surcaban las mejillas  de Isabela acurrucada en el sofá de su casa. La culpa era suya, toda suya. Y ahora los había perdido a ambos. Y sabía que se lo merecía. Todo el sufrimiento, todo el dolor, todas las lágrimas que derramaba eran justas y merecidas. Como había sido capaz de hacer lo que había hecho con las dos personas a las que amaba. Pero los que no lo merecían eran Guillermo e Ignaki. A Guillermo lo amaba con toda su alma, a pesar de todo, a pesar de haberlo engañado, a pesar de que su marido había matado a su amante, a pesar de todo lo seguía a amando. Y ahora estaba detenido. A Ignaki,  a Ignaki realmente nunca lo había amado. Le quería, sí que le quería, mucho, pero no de la misma forma. Solo había sido un buen amigo que había estado ahí cuando lo había necesitado. Guillermo pasaba mucho tiempo trabajando y ella se sentía sola. Y allí estaba siempre Ignaki, siempre ofreciéndole consuelo, ofreciéndole apoyo. Y al final, un día, sin saber como, había sucedido. Se habían acostado. ¿Cuánto hacía de aquello? Al menos un año.

Nunca debió pasar. Ahora se arrepentía de todo. Ahora su amado estaba encerrado y su amigo muerto. Y todo por su culpa. Había sido ella. Ella era la responsable. Hablaría con la policía, con el juez, con quien fuera. Diría que ella había apretado el gatillo. Diría que ella había asesinado a su amante. Que su marido era inocente de todo, que las huellas del arma las había puesto él allí intencionadamente para encubrirla. Que ella era la responsable de todo. Y aunque realmente no había apretado el gatillo se sentía responsable al ciento por ciento de todo lo que había pasado. Era todo culpa suya. Había matado a su amigo y metido entre rejas a su amado. Era culpa suya. Isabela alargó la mano hasta alcanzar la botella de Bourbon que reposaba en la mesilla y le dio un trago. El sabor del licor se mezcló con el de sus propias lágrimas. ¿En qué momento había empezado todo a torcerse? No lo sabía. Tal vez fue aquel primer beso, aquél primer momento de flaqueza, aquél primer gran error.


viernes, 16 de septiembre de 2011

Isabela. Capitulo 1: Una historia de tres, una noche de boda.

El teléfono del despacho del señor Francisco Olmos sonó sobre la gran mesa repleta de papeles que ocupaba el centro de la pequeña estancia. El hombre sentado en la butaca de oficina dejó los papeles que estaba leyendo y descolgó el auricular. Una voz femenina, de una mujer joven habló nada más descolgar el aparato.

-Señor Olmos, tiene una llamada.

-Clara, te he dicho que no me pasaras llamadas- contestó el señor Olmos desde su despacho –Estoy muy liado archivando los documentos pendientes.- Francisco Olmos era muy meticuloso con sus papeles y siempre se encargaba personalmente de organizarlos.

-Me parece que esto es importante, creo que debería contestar.

-Adelante pues. Pásame la llamada.

El aparato telefónico emitió una serie de pitidos mientras Clara, la secretaria del señor Olmos, traqueteaba con el terminal situado tras la puerta cerrada del despacho. Francisco Olmos escuchó los pitidos del aparato pensando que tal vez ya era hora de cambiar esos viejos teléfonos interconectados. Pero la verdad es que el negocio no iba demasiado bien y los gastos innecesarios eran… eso, innecesarios. Los grandes bufetes de abogados estaban mucho más capacitados que él y su secretaria para captar nuevos clientes, y en la abogacía, sin grandes cuentas, era difícil mantenerse. Pero lo que en ese momento no sabía el señor Olmos, era que su suerte estaba a punto de cambiar.