Salieron del local, Isabela excitada y Guillermo algo molesto por el incidente. Decidió no darle mayor importancia, después de todo aquello era solo un teatro, una fantasía, un espejismo. Ella no era así, ella era distinta, todo era un juego. Guillermo se convenció a sí mismo repitiendo estos argumentos hasta que los creyó totalmente. No había de que preocuparse, sólo debía disfrutar del momento.
Atravesaron la puerta del local y al salir a la calle Isabela beso apasionadamente a su marido descubriendo la sorpresa que este le había reservado. Una lujosa limusina negra estaba aparcada frente al restaurante. Nada más verla Isabela supo que la había alquilado su marido hacía pocos minutos con aquella llamada misteriosa.
-No debías haberlo hecho.
-Me apetecía cuidar a mi chica, y a mi puta.
-Pero eso rompe la fantasía- protestó Isabela sin demasiada convicción.
-Romperá la tuya, monada, yo siempre he deseado tirarme a una puta en un trasto de estos.
-No lo dices en serio.- A pesar de todo a Isabela no le gustó aquel comentario. Aunque ahora sentía que no tenía motivos para desconfiar de su marido, las palabras del amigo discorde de ambos le habían vuelto a la mente repentinamente. Sintió un repentino nudo en estomago que no supo explicarse ni siquiera a sí misma. Ella había sido la infiel, ella había ideado la fantasía, ella había coqueteado frente a otros hombres mientras jugaba a aquel juego peligroso, incluso fantaseó con encontrarse a su hombre en manos de otra mujer cuando fue a buscarlo al despacho. Y ahora no entendía por qué aquel comentario la había molestado tanto. Guillermo sólo interpretaba el papel que ella le había asignado, y no tenía derecho a sentirse ofendida. -¿Verdad?