Los crímenes de Laura:
Una homilía interminable.
Nivel de violencia:
Moderado.
Aviso a navegantes: La
serie “Los crímenes de Laura” contiene algunos fragmentos con mucha violencia explícita.
Estos relatos conforman una historia muy oscura y puede resultar desagradable a
los lectores. Por lo tanto, todos los relatos llevarán un aviso con el nivel de
violencia que contienen:
-Nivel de violencia
bajo: El relato no contiene más violencia de la que puede ser normal en un relato
cualquiera.
-Nivel de violencia
moderado: El relato es duro y puede ser desagradable para gente sensible.
-Nivel de violencia
extremo: El relato contiene gran cantidad de violencia explícita, sólo apto
para gente con buen estómago.
El padre Víctor arrancó la hoja del calendario. Cada año,
cuando llegaba aquella fecha, debía lidiar con sus pecados. Miró inquieto el
escuálido taco de hojas numeradas que colgaba de la pared de su despacho.
-Dieciocho de diciembre de mil novecientos noventa y nueve
–murmuró, intentando espantar sus fantasmas.
El teléfono de la vicaría sonó con estridencia,
sobresaltando al párroco que seguía ensimismado, contemplando aquella fatídica
fecha atrapada en el calendario colgado en su pared. En dos zancadas se situó
junto al auricular, y antes de descolgar, consultó su reloj de muñeca.
Demasiado temprano para recibir llamadas. Un mal presentimiento recorrió su
espinazo mientras descolgaba el aparato.
-Diga
-¿Padre? ¿Padre Víctor? ¿Es usted? –El corazón del cura se
aceleró al oír aquella voz familiar. Todos sus temores resurgieron
repentinamente. No era una coincidencia.
-¡Por el amor de Dios! ¿Qué ha pasado? –preguntó. La
angustia de su voz era tal, que casi podía palparse.
-¿Cuánta gente sabía lo de su… amistad con Wanda?
-¿Wanda? No, por Dios, Wanda no…
-Padre, serénese. ¿Cuánta gente lo sabía?
-Tú… tú… tú no deberías saberlo… -La voz del cura sonaba
distante y entrecortada.
-Ahora lo sé. Esto ha llegado demasiado lejos. –El hombre al
otro lado de la línea parecía abatido, desesperado-. Por fortuna para usted, es
posible que consiga ocultar su presencia en el lugar del crimen…
-¿Crimen?
-Sí, crimen. Está muerta.
-Pe… pero si anoche mismo estuve con ella…
-A esa misma conclusión he llegado yo… y la patrulla que la ha
encontrado. Aunque a decir verdad, no sé por qué le protejo. No sé por qué
debería manipular las pruebas. Yo no le debo nada, no ha hecho más que causarme
problemas.
-¿Qué no me debes nada? Maldito hijo de puta. –El dolor del
sacerdote se había transformado en ira. Dándose cuenta de la blasfemia
pronunciada en la casa de dios, se santiguó, pero no bajó el tono-. Si estás
sentado en ese despacho es gracias a mí, nunca habrías llegado a teniente de la
Guardia Civil sin mi ayuda, es posible que ni siquiera siguieras en el cuerpo…
-¿Y a qué precio, padre? ¿A qué precio?
-Ahora no hay vuelta atrás… No puedes…
-No, no puedo…; pero tampoco sé si puedo seguir cargando con
este peso sobre mi conciencia. Han pasado muchos años, y aún sigo viendo la
cara de aquella joven muchacha en mis pesadillas… y la del niño… Ese pobre niño
que ahora busca venganza.
-Pero Ignacio Idalgo está muerto. Él se encargó de matarlo.
-Sí, y nosotros de encubrirlo… Al igual que encubrimos lo de
su madre.
-Ya obtuvo su venganza –suspiró el clérigo.
-Pues al parecer eso no le basta. De alguna forma ha
descubierto su implicación en todo esto, y temo que vaya a por usted.
-¿Seguro que ha sido Hugo?
-¿No ha visto el jodido calendario? Hoy hace veintiún años
que ese hijo de la gran puta de Ignacio mató a su madre.
-Pero podría ser una coincidencia. Puede que no tenga nada
que ver con aquello.
-Podría serlo, padre, pero a su joven amiga la han
encontrado en medio de un charco de sangre, con el cuello rebanado. Ha sido él.
-¿Qué… qué debo hacer?
-No haga nada, padre. Me pondré en contacto con el juez
Alonso y con el fiscal Perea. Nos ocuparemos de que nada salga a la luz. Todos
nos jugamos demasiado con esto. Usted simplemente manténgase a salvo. No
sabemos las intenciones del muchacho, tal vez ya se haya dado por satisfecho,
pero lo dudo. Sólo le he llamado para avisarle. Creo que ya he cumplido. Adiós
padre. Me gustaría poder decir que me alegro de oírle. –Y colgó.