Los crímenes de Laura:
Un pacto entre caballeros.
Nivel de violencia: Bajo
Aviso a navegantes: La
serie “Los crímenes de Laura” contiene algunos fragmentos con mucha violencia explícita.
Estos relatos conforman una historia muy oscura y puede resultar desagradable a
los lectores. Por lo tanto, todos los relatos llevarán un aviso con el nivel de
violencia que contienen:
-Nivel de violencia
bajo: El relato no contiene más violencia de la que puede ser normal en un relato
cualquiera.
-Nivel de violencia
moderado: El relato es duro y puede ser desagradable para gente sensible.
-Nivel de violencia
extremo: El relato contiene gran cantidad de violencia explícita, sólo apto
para gente con buen estómago.
El teniente de la Guardia Civil, Xavier Xacón, volvió a
darse la vuelta sobre sí mismo, enrollándose en las sábanas y arrebatándoselas
a su acompañante. No podía dormir. Llevaba un muy mal día. De hecho, llevaba
una muy mala semana.
-¿Estás bien? –preguntó el hombre que intentaba conciliar el
sueño a su lado-. No paras de moverte. ¡Devuélveme la sábana!
-Lo siento… Estoy… preocupado –contestó, desenrollándose,
para quedar tumbado con la mirada perdida en el techo.
-¿Qué te pasa, mi amor? –dijo el hombre incorporándose y acercando
sus labios a los de Xavier.
-Cosas del trabajo… Cosas del pasado –respondió, tanto a la
pregunta como al beso tierno entregado con dulzura por su amante.
-No puedes vivir en el pasado.
-Lo sé. Lo que pasa es que siempre he sido consciente de que
algún día… Sabes que he tenido que hacer cosas para ocultar mi… condición.
-¿Qué condición? Tú no eres de ninguna condición –replicó el
hombre, apartándose de Xavier y frunciendo el ceño.
-Perdona… Sabes lo que quiero decir. Aún ahora mismo no hay un
solo gay en la Guardia Civil…
-Tú eres gay, cariño, y Guardia Civil…
-Sí, pero nadie lo sabe… A eso voy. No puedo hacerlo
público… Si se enteraran…
-¿Es eso lo que te preocupa?
-Sí… No. Quiero decir… Cuando me casé…
-De eso hace ya mucho tiempo.
-Sí, hace mucho… Pero me casé por motivos equivocados,
egoístas… Y mi hijo… Mi mujer siempre lo supo, ¿sabes?
-¿El qué?
-Que nunca me sentí atraído por ella; por ninguna mujer, en
realidad. Era una buena muchacha, y fue una buena esposa. Pero las cosas no
podían salir bien…
-¿Por qué me cuentas todo esto?
-Por nada, ven aquí, quiero otro beso.
El hombre se volvió a acercar a Xavier, besándolo
pasionalmente, procurando disipar sus preocupaciones con el juego de sus
lenguas, con el roce de sus labios. Pero las preocupaciones necesitan más que
un beso para ser desechadas.
-Es que… están pasando cosas… -continuó Xavier, apartándose
de nuevo de su amante.
-¡Ay por Dios! ¿Por qué no lo dejas?
-¿Si me hubiera visto obligado a hacer algo terrible, tú me
perdonarías?
-No te perdonaré si no te callas ya y me dejas darte un beso
en condiciones.
Se calló, consciente de que el perdón de su compañero era
algo que posiblemente necesitaría muy pronto. El beso fue tierno, dulce,
sensual; Xavier se sintió transportado durante unos instantes al vacío
absoluto, donde nada importaba, donde sólo eran ellos dos, y el cosmos a su
alrededor. Agarró a su amado por la cabeza, con la mano derecha, y apretó
ligeramente, para que el beso no terminara nunca, para que aquella sensación de
paz no le abandonara, porque cuando se detuviera, sabía que todos sus temores
volverían.
El hombre que besaba no opuso resistencia al brazo que le
rodeaba, y estirando su propia mano, comenzó a acariciar el pecho del fornido
guardia civil, que se movía rítmicamente, al compás de la respiración pausada. Ahora
ya ninguno pensaba en conciliar el sueño, pues la temperatura de sus cuerpos no
dejaba de subir. La mano del hombre, que había comenzado acariciando el pecho,
bajó por el torso de Xavier, apartando la sábana de un manotazo y dejando al
descubierto su cuerpo desnudo. La polla del guardia civil aún no estaba alzada,
pero ya indicaba su intención de despertarse. El amante bajó la mano hasta la
entrepierna, y comenzó a acariciar el falo con dulzura. Mientras, sus labios no
se habían separado.
Xavier consiguió mover el brazo izquierdo, que estaba
aprisionado bajo su amado, y lo dirigió a su entrepierna, mientras que con la
otra mano acariciaba el espeso y oscuro pelo rizado. Notaba cómo su compañero le envolvía el
miembro ya casi del todo erecto, y cómo iniciaba un suave movimiento. Él
también halló un falo entre sus dedos, y lo acarició como pudo, atrapado entre
las sábanas. Vació su mente de oscuros pensamientos, y se dedicó a disfrutad
del mágico momento.
Ninguno de los dos buscaba un rápido desenlace, pues uno
necesitaba relajarse, y el otro deseaba ayudar a su amante. Los besos se fueron
sucediendo, lengua a lengua, labio a labios, segundo a segundo. El hombre más
delgado se separó de Xavier tan sólo unos centímetros, y sin soltarle la polla,
que seguía masturbando, deslizó la boca hasta su pecho. Con ternura mordisqueó
los pezones que resaltaban en los trabajados pectorales, repasándolos con
cuidado. El guardia civil suspiraba a cada paso, a cada instante, a cada
contacto de su hombre.
Ambos estaban con la polla del otro en la mano, enlazados
sin hablarse, tan sólo disfrutando. El amante seguía recorriendo a Xavier de
parte a parte, descendiendo por el torso y lamiendo los abdominales. Xavier no
se movía, más allá del ligero acariciar de su mano, y dejaba vía libre a su
compañero. El beso que había comenzado en los labios, descendido hacia el
pecho, y atravesado el vientre, se acercaba sin remedio a la zona de la
bragueta. Cuando así lo consideró oportuno, y sin que ninguno de los dos dijera
nada, el amante separó sus labios del cuerpo de Xavier un instante, para acto
seguido acercarse la polla a su boca. Notó cómo Xavier suspiraba cuando se la
introdujo entre los labios, para después sacarla y lamerla con avidez. No era
demasiado grande, tampoco demasiado pequeña, era, podría decirse, perfecta para
él. Deslizó la lengua por el glande, saboreando las primeras muestras de
excitación que salían de su hombre y lo rodeó con los labios, apretando, como
si pretendiera atraparlo en una trampa. Se detuvo un momento, disfrutando;
después movió su cabeza de arriba abajo, siendo complacido por suspiros
delirantes.
Xavier deseó repentinamente poder devolver aquel placer;
disfrutar entre sus propios labios de la polla de él. Con un movimiento suave,
pero firme, apartó a su amante de la tarea en la que tan bien se aplicaba y le
obligó a tumbarse de espaldas. Xavier fue más directo, y abandonando cualquier
preliminar, se acercó al inhiesto falo de su compañero, y lo engulló casi hasta
la base. Con la polla dentro de la boca jugueteó con su lengua, intentando
alcanzar cada rincón, apretándola contra el paladar, o simplemente recorriéndola
sin prisa. Cuando se la sacó, necesitó un par de segundos para retomar el aire
que le faltaba, pero no hubo más tregua, pues de inmediato continuó con la
felación, moviéndose de arriba abajo, lamiendo con lujuria, chupando con deseo.
-Ven… ponte… necesito que me folles –dijo Xavier, sacándose
por fin la polla de la boca; fundiéndose de nuevo en un tierno beso con su
amante.
El hombre estiró el brazo, y agarró un frasco plateado que
siempre estaba sobre la mesilla de noche, al lado de la cama. Vació una buena
cantidad de su contenido en la mano y se acercó a Xavier, que le esperaba
arrodillado. Depositó la crema sobre el ano y lo acarició con delicadeza.
Introdujo los dedos por el recto, poco a poco, para no hacer daño, primero uno,
luego otro, y al final, casi toda la mano. Xavier jadeaba descontrolado al
sentirse penetrado, y rogaba que se dejara de juegos, pidiendo ser sodomizado.
El hombre escuchó, hizo caso, y sacó los dedos. Se puso a
espaldas de Xavier y apuntó al orificio perfectamente dilatado. No tuvo
problemas en metérsela de un solo envite, y cuando estuvo dentro no esperó ni un
segundo para comenzar a cabalgar. Xavier se movía frenéticamente bajo su
amante, mientras suplicaba que le diera con más fuerza, que deseaba sentirse
una perra. La polla del hombre se abría paso, embestida a embestida, partiendo
a Xavier por dentro; haciendo que gozara, jadeando y maldiciendo.
-Voy… voy a correrme… -resopló el hombre.
-No pares ni un segundo, sigue, sigue… sigue… -la respuesta
de Xavier fue entrecortada, pero no dejaba lugar a dudas de lo que deseaba.
Cuando el amante no pudo soportarlo más, se vació en el
interior del guardia civil que seguía a cuatro patas. Xavier notó cómo las
descargas inundaban su intestino, reconfortándole, llenándole también de paz.
Sin darle respiro a su amante se apartó de él, notando cómo
la polla salía de sí, y cómo parte del ansiado maná blanco la acompañaba. Cogió
el frasco que estaba a su lado, tirado en la cama, se dio la vuelta y se untó
con lubrificante el falo.
-Ven, siéntate aquí –le dijo a su acompañante.
El hombre le dio la espalda y se acuclilló, dejándose guiar
por Xavier. Cuando estuvo en posición, cogió el miembro con la mano y lo
introdujo en su interior, dejándose caer despacio, permitiendo que la polla
embadurnara dilatara su ano. En el momento estuvo totalmente sentado, esperó
unos segundos, hasta que se adaptó al trozo de carne que le penetraba, y cuando
sintió que estaba dispuesto, empezó a moverse, metiendo y sacando. Xavier
estaba tremendamente excitado, sintiendo el cabalgar de su amante, y el semen
que le escurría por el esfínter. No hizo falta demasiado para que eyaculara abundantemente,
gritando como un desalmado.
Ambos se levantaron de la cama, tras besarse con cariño, y
se fueron al servicio, a limpiarse por delante y por detrás. Cuando regresaron
a la cama, se acurrucaron tiernamente el uno junto al otro.
-¿Sigues preocupado? –preguntó meloso el hombre.
-No… Gracias, me has hecho olvidar todos los problemas…
-mintió Xavier-. Ahora descansa, mañana será un día malo… Otro día malo.
El amante cerró los ojos, pero Xavier no pudo dormir,
sabiendo que sus vidas, tal y como las conocían, podían estar a punto de
acabarse.
La detective Laura Lupo abrió los ojos en una mugrienta
habitación de motel. Miró el reloj, y suspiró; era hora de levantarse. Procurando
no hacer ruido se vistió y se aseó someramente en el baño. Cuando se subió en
su sedan oscuro, fumando un cigarrillo, el día no había comenzado a despuntar,
pero aun así, tendría que darse prisa. Condujo por las calles desiertas hasta
su casa y aparcó el coche en la puerta de la finca. Como casi todas las
mañanas, le dio un trago a la botella de ginebra, se duchó, se recogió el pelo,
se vistió, y volvió a salir por la puerta. Al llegar a la comisaría, el subinspector
Germán García estaba ya allí, de pie en la puerta frontal del edificio.
-¿Hace mucho que esperas? –preguntó Laura, parando el coche
a su lado.
-Acabo de llegar hace dos minutos –replicó él, subiéndose en
el coche y sentándose a su lado-. Vamos a interrogar al teniente Xacón, me cago
en todo, y a ver si no la jodemos.
Laura salió a la avenida, y puso rumbo a la dirección donde
vivía el teniente de la Guardia Civil. Tenía una corazonada, sospechaba que en
aquel hombre residía la clave para desentrañar todo el misterio. Cuando
llegaron a la calle, se cruzaron con una furgoneta negra, de reparto, que venía
por el carril contrario. Laura bajó la velocidad y se la quedó mirando; pero
descartó el impulso de dar la vuelta y pararla. Seguramente había miles de
furgonetas como aquella, y su tarea no era identificarlas, para eso ya estaban
los compañeros uniformados. Seguramente no sería nada.
Detuvieron el coche de policía secreta justo en el portal, y
llamaron al telefonillo. Tras unos segundos, contestó una voz grave:
-¿Quién es?
-¿Teniente Xavier Xacón?
-Sí
-Somos de la unidad de delitos especiales y violentos, de la
Policía Nacional.
-Adelante, les esperaba.
El portal se abrió con un zumbido, y Laura y Germán entraron
en el edificio. Cuando las puertas del ascensor se abrieron, en el piso en el
que estaba el apartamento del teniente Xacón, ambos policías sacaron de
inmediato sus nueve milímetros. Ante ellos, frente a la puerta del guardia
civil, había, abandonada, una maleta.
-Joder, Germán ¡La puta furgoneta! Dame tu móvil.
-¿Para qué coño quieres mi puto móvil? –dijo el subinspector
saliendo del ascensor con la pistola en alto, sujeta por ambas manos, mirando a
izquierda y derecha.
-Dámelo.
-Toma, joder. –Le lanzó el móvil sin volver la vista, y
caminó hacia el hueco de las escaleras, apuntando hacia ellas.
Mientras Germán descendía por la escalera, buscando a su
asesino en cada planta, Laura llamó a la central y dio la descripción de la
furgoneta que acababa de cruzarse. Solicitó a cualquier agente que hubiera por
la zona, y dio orden de encontrar aquel vehículo. Cuando colgó el teléfono,
había vuelto a bajar a la planta baja en el asesor. Salió de la finca y se
sentó de nuevo en su sedan. Encendió el motor y las luces de emergencia, y
salió disparada tras los pasos de la furgoneta.
Quince minutos más tarde, regresaba abatida a la finca donde
la esperaba el subinspector.
-¿Dónde coño has ido Laura? ¡Me cago en la puta! ¿Ahora
huimos de los escenarios de un crimen?
-¡Cállate! ¡La furgoneta! ¿No lo ves? ¡La furgoneta!
-¿Qué furgoneta? ¡Joder!
-La que nos hemos cruzado cuando llegábamos. Era él. Era él.
Estoy tonta, ¡tonta! –dijo Laura golpeándose la cabeza con la palma de la
mano-. Mi instinto me decía que debía parar esa furgoneta… Coincidía con la
jodida descripción, pero llevábamos prisa… y he pensado, demasiada casualidad….
¡Tonta!
-¡La puta! ¿Has avisado?
-Sí, ya la están buscando, todos los agentes de la zona
están sobre aviso. ¡Joder!
-Vamos a evacuar el edificio, Laura, ¡me cago en Dios! No
sabemos lo que puede haber en esa maleta. Llama a los artificieros, por si
acaso, y que venga un equipo forense.
-Sí sabemos lo que hay en la maleta, Germán, no perdamos
tiempo –dijo Laura, y entró en el patio de la finca.
-No…, espera…
-No tenemos tiempo que perder.
-Está bien, mierda… pero si volamos por los jodidos aires,
será tu puta culpa.
Cuando volvieron a subir, el teniente Xacón ya había abierto
la maleta, dejando a la vista su macabro contenido. Una joven de tez morena, no
mayor de veinticinco años, acurrucada desnuda, y desangrada.
-Le dije que no tocara nada… ¡Me cago en todo! Le dije que
se metiera en casa –reprendió el subinspector-. Usted mejor que nadie debería
saber….
-Lo… lo siento… esta pobre chica… la han matado por mi
culpa… -dijo el teniente Xacón con los ojos vidriosos.
-Entre en la casa, espérenos dentro. Ahora podrá contarnos
lo que quiera.
Germán le arrebató a Laura su teléfono y llamó a la central.
Solicitó refuerzos para custodiar el cadáver y evitar contaminación en la
escena del crimen, y que acudiera cuanto antes alguien del equipo forense. De
la furgoneta, nadie sabía nada, parecía haberse evaporado.
Durante varios minutos revisaron el pasillo, sin tocar la
maleta, pero no encontraron ninguna pista que les fuera útil. Cuando al fin
llegó una patrulla uniformada, les encomendaron la vigilancia y protección de
las pruebas; y entraron en la casa del teniente Xacón.
El teniente de la Guardia Civil estaba sentado en un sofá,
visiblemente alterado, y junto a él, un hombre alto y delgado, que les invitó a
sentarse y les ofreció si querían tomar algo. Los policías declinaron el
ofrecimiento, pero se sentaron.
-Podríamos… ¿Podríamos hablar a solas? –preguntó Germán.
-No, no es necesario… Él puede quedarse, quiero que esté
aquí… -contestó el teniente Xacón.
-Como quiera…
-Hace un momento nos ha dicho que esa joven ha muerto por su
culpa… ¿Por qué? –preguntó Laura, interrumpiendo a Germán.
-¿Qué? ¡No digan tonterías! –exclamó el hombre alto y
delgado.
-Por favor, cariño –intervino Xavier- déjame que cuente mi
historia… Esto ha llegado demasiado lejos. No puedo seguir cargando con todas
estas muertes…
-¿Pero…? ¿Qué…? ¿Qué muertes…? –El hombre parecía desconcertado.
-Todo empezó hace muchos años… Muchos, muchos años. Yo soy…
bueno, verán, soy… -al teniente Xacón parecía costarle un gran esfuerzo
continuar. Ambos policías permanecían en silencio, esperando-. Soy homosexual.
-¿Y bien? –preguntó Laura.
-Eso en la Guardia Civil no está bien visto. No… Y ahora,
aún… pero entonces… Mi historia empieza en mil novecientos setenta y cinco. Yo
era en aquel tiempo un joven agente de la benemérita, que cambiaba de destino
continuamente. Pero tenía un problema. Me gustaban los hombres. Yo sabía que
aquello estaba mal.
-¡Eh! –protestó el acompañante de Xavier.
-Perdón… Yo, creía, que aquello estaba mal… Me casé, intenté
ocultarlo, quería cambiar, de verdad, quería ser… normal.
»Finalmente fui destinado a un pueblo castellano… Y busqué
ayuda en la iglesia…. Maldita la hora. El cura intentó volverme al redil,
intentó ayudarme, o no, no lo sé… Lo que sí sé es que una noche, el dieciocho
de diciembre, de mil novecientos setenta y nueve, jamás lo olvidaré, me llamó
al cuartel. “Tenemos un problema” me dijo, “y tú vas a ayudarnos”.
»Ignacio Idalgo, un mal nacido, un gánster de poca monta,
había apalizado a su mujer hasta la muerte. Y querían que yo lo encubriera. Me
negué, por supuesto que me negué. No quería participar en nada semejante… Pero
el sacerdote, hijo de la gran puta, sabía mi secreto. Me amenazó con contarlo.
“Es secreto de confesión” le decía; pero no parecía importarle. Yo tenía un
hijo en camino, ¡mi hijo!… Estaba casado, tenía una vida, una familia… No podía
dejar que aquello me la destrozara.
»Debí haberme negado… Preferiría mil veces haber sido
repudiado por la familia, haber sido expulsado del cuerpo, lo que fuera, lo
preferiría a lo que ha pasado… Pero entonces no pensé en las consecuencias… La
mujer estaba muerta, ¿y qué podía hacer yo? Eran otros tiempos… Las cosas
funcionaban de otra forma. Necesito que lo entiendas.
Xavier se volvió, suplicante hacia su amado, pero este lo
miraba con horror, y no contestó. Sus ojos suplicantes se dirigieron primero a
Germán, después a Laura, pero en ellos tampoco encontró consuelo.
-Ignacio Idalgo era poderoso –continuó, suspirando-. Tenía
contactos, y el mal nacido del cura, Víctor Vega se llamaba...
-¿Ese es el cura que murió en la iglesia? –interrumpió
Laura, atando cabos.
-Sí, fue asesinado… Por Hugo… El hijo de Idalgo… Pero
permítame contarle la historia entera. Como les he dicho, era un hombre
poderoso y a través del párroco, que conocía nuestros secretos, consiguió la
colaboración de dos hombres más.
-El juez Alonso y el fiscal Perea –volvió a interrumpir
Laura.
-Sí. Alonso sólo quería medrar en su carrera, y no le
importaba lo que tuviera que hacer para conseguirlo… Idalgo le prometió
ascensos rápidos, por sus contactos en el ministerio... Las cosas funcionaban
de otra forma entonces… Y Perea, pobre desgraciado… Era un jugador empedernido,
estaba en la miseria, en la ruina más absoluta. En cuanto al cura, creo que lo
único que deseaba era tener a su disposición mujeres jóvenes y guapas.
»Fue un pacto entre caballeros. Ocultamos las pruebas, e
hicimos que el asesinato pasara por suicidio. Y durante mucho tiempo así quedó
todo. Idalgo cumplió su palabra; Alonso
fue ascendido, y trasladado aquí transcurridos un par de años. Y nos olvidamos
del asunto, el mal estaba hecho, así que lo único que podía hacer era continuar
con mi vida.
»Pero no tuvimos en cuenta al joven Hugo, al hijo de Idalgo.
Él sabía la verdad, él sabía que su madre fue asesinada, y finalmente se cobró
su venganza, matando al hijo de puta de su padre. Ironías de la vida, fue a
pedir ayuda al mismo cura que había ocultado el crimen de su madre, supongo que
sin saberlo… Yo volví a recibir una llamada, y de nuevo, para evitar que todo
saliera a la luz, tuve que ocultar las pruebas y hacerlo pasar por suicidio. No
sé cómo se lo montaron Perea y Alonso, pero consiguieron que todo fuera tapado.
El fiscal Perea se trasladó aquí también con aquel caso, no sé cómo, ni por qué,
pero supongo que para no dejar cabos sueltos.
»Me imagino, y sólo es una suposición, que como Hugo negó
entierro a su padre en el pueblo, junto a su madre, y envió el cuerpo aquí, al
cementerio de la ciudad, pudieron trasladar el expediente. Cómo Perea
necesitaba representar al ministerio fiscal para que nadie hiciera preguntas,
solicitó el traslado, a saber con qué artimañas… Pero esto no es seguro, tan
sólo una teoría….
El amante de Xavier parecía triste, decepcionado, mientras
que Laura y Germán escuchaban en silencio, tomando nota de toda la historia.
Como nadie dijo nada, el teniente Xacón continuó con la historia:
-Así pues, creímos que todo había acabado, que Hugo había ejecutado
su venganza, y respiramos tranquilos. Pero no fue así. Ocho años después, justo
el mismo día, siempre el mismo día, dieciocho de diciembre, encontré a una
joven asesinada, degollada, en su propia casa, con evidencias que apuntaban al
sacerdote Víctor Vega. En aquel momento yo ya era teniente, y mírenme, sigo
como teniente… Cuando me enteré, supuse que había sido obra de Hugo, que había
averiguado la participación del cura en el complot para ocultar la muerte de su
madre. Intenté avisar al sacerdote, pero no sirvió de nada… Hugo le disparó en
la misma iglesia… ¿Eso es lo que comentaba antes, agente…?
-Detective. Lupo. Sí. Continúe.
-Está bien… Volvimos a ponernos en contacto, para
silenciarlo todo. Yo me encargué de ocultar las pruebas; ellos de hacerse cargo
del caso. De nuevo, todo quedó en nada, nadie hizo preguntas, y pudimos seguir
con nuestra vida. No teníamos idea de cómo había averiguado Hugo la implicación
del padre Víctor Vega, pero temíamos que también estuviera al tanto de nuestra
intervención. Aquello fue demasiado para Pablo Perea, que se jubiló casi al
archivar el caso… Supongo que le pesaba demasiado la conciencia… Y a mí… A
Alonso no lo creo.
»Durante trece años, cada vez que llega el dieciocho de
diciembre, mi corazón se ha encogido, esperando la venganza, pero no estamos en
diciembre… Cuando leí en los periódicos lo que sucedía, quise llamarles… Pero
no pude… Pensé que tal vez le cogerían antes de que volviera a hacerle daño a
nadie… Pero me equivoqué de nuevo. Ya ha matado a tres jóvenes inocentes…
-Bueno, más vale tarde que nunca… -dijo Laura.
-No… no vale… Supongo… supongo que ahora tendrán que
detenerme.
-Sí. Queda usted detenido.
-¿Podría…? ¿Podría salir sin las esposas…? Por favor.
-No creo que las esposas sean necesarias –replicó Germán.
El compañero de Xavier, que hasta el momento había
permanecido en silencio, se levantó, y aún sin decir nada, se dirigió a una de
las puertas del salón.
-¿Podrás perdonarme? –le suplicó Xavier. Pero no obtuvo
respuesta.
Cuando salieron del apartamento, escoltando al teniente
Xavier Xacón, el doctor Dédalos ya estaba inspeccionando el cuerpo.
-Oh, Germán, Laura, por Darwin, tenéis que ver esto –dijo el
forense-. Esta chica es más rara que las anteriores… Mirad, tiene pene. Es
francamente desconcertante.
-Ha cuidado hasta el más mínimo detalle –comentó Laura,
acercándose-. Ya sabemos quién es el asesino, Dédalos, pero aún quedan
demasiadas incógnitas. Entre ellas, dónde encontrarlo y si piensa volver a
matar.
-Sí que matará, Laura –sentenció el forense-. Cuando alguien
perturbado le coge el gusto a la muerte, no se detiene fácilmente… Pero espero
equivocarme.
-Entonces nos vamos, no tenemos tiempo que perder, luego
paso a ver qué has averiguado.
Bajaron en el ascensor con el teniente Xacón, y lo sentaron
en la parte trasera del sedán oscuro.
-Germán –dijo Laura-. Llama a la central, y pide que busquen
cualquier propiedad a nombre de Hugo Hidalgo en la ciudad. Con un poco de
suerte le pillaremos antes de que mate a nadie más.
El teléfono de Germán empezó a sonar antes de que tuviera
tiempo de sacarlo para marcar. Atendió la llamada y cuando colgó, se giró hacia
Laura con el rostro ensombrecido y dijo:
-Llegamos demasiado tarde, siempre demasiado tarde…
-¿Qué ha pasado? –preguntó Laura, sorprendida.
-El juez Alonso ha desaparecido, su mujer cree que lo han
secuestrado.
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